Entonces estalló la guerra. Viéndose sola, ella tomó el poder despóticamente. Nos mandaba, nos gritaba. Nos odiaba. Nos negábamos a dirigirle la palabra, y ella nos castigaba sin cenar con la complicidad de Tere, la criada, a quien había comprado con la promesa de un aumento de sueldo. Hablaba por teléfono con papá, pero a mí nunca me avisaba de sus llamadas. Y un día nos llegó a acusar de haberle metido cucarachas en las playeras, lo cual era cierto, desde luego, pero ¿cómo podía tener ella mala fe de acusarnos sin pruebas? Porque de todos es sabido que las cucarachas caminan de acá para allá y se meten ellas solas en los zapatos. (77).
Montero, Rosa. () Amantes y enemigos. Bogotá: Espasa Calpe, S. A.
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