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"El cuadro de Marilyn" - Santiago Merino [Fragmento]


Siete y diez de la noche. ¿Raquel volverá antes de las ocho? Difícil, le está yendo regio en el consultorio dental. ¿Regio?, eso le había dicho. Toma del bar una botella de vino con una copa, se encamina al estudio. Regio, como los dioses, sobre rieles. Bah. Cuando se casaron hicieron los planes que hacen todas las parejas enamoradas. Amarse, trabajar al tope, amarse, comprar una casa confortable, amarse, tener hijos, una parejita nada más. Al comienzo sufrieron, pero luego él se afianzó en su oficina de abogado civil y Raquel como odontóloga. La casa de dos plantas, con cochera y en una zona respirable, fue lo soñado, pero postergaron la llegada de los hijos, no vale que nos apresuremos, cariño, total, no cumplimos los treinta. Descorcha la botella y se sirve. El aroma picante, afrutado vuelve a dilatar sus fosas nasales. Bebe. Diablos, duele lo del viejo. Ve su casa ideal, el caro en la cochera, la cuenta bancaria mancomunada con Raquel, ja, todo sobre ruedas. El lienzo. En una esquina de su escritorio, el lienzo arrollado. Lo despliega, ¿el viejo le había dado algunos retoques?, no, Ahumada seguía contoneándose con una mano en su estómago, Marilyn, siempre de espaldas, no perdía el entusiasmo. Al fondo la vitrola. Bebe otro sorbo del licor. ¿Eso le ha bastado para sentirse satisfecho de su paso por este mundo?, unas cuantas pinturas de sacarse el sombrero, su refugio de por vida en cuartos de un hotel barato y la devoción hacia Marilyn; cuernos, si hasta Diógenes tenía un barril donde caerse muerto. Mira fijamente el lienzo. Ahumada y su musa se menean, ¿y yo?... ¿por qué no?, al diablo. Prende su pick-up, elige un disco de Frankie Ruiz, para no desentonar, espera que la música tome fuerza y ritmo, pone una mano a la altura de su estómago, el otro brazo en escuadra, sobre su cabeza; se contonea, gira, vivió a su libre albedrío, avanza y recula, vuelve a girar, y va a largarse feliz. Canturrea, inclina la cabeza, observa sus pies, entonces la sombra se desliza a su costado, agitándose, así, maestro, con ganas, total, es nuestra fiesta. Frankie Ruiz acelera, quiebra su voz, trompetas y tambores lo incentivan. Miguel vuelve a girar y otra silueta bulle a sus espaldas, se muestra y eclipsa; era lo esperado, Marilyn no podía faltar; zapatea, siente que la música lo proyecta a sus días de poeta contestatario. ¿Usted cree que abrí la puerta equivocada, maestro?, pregunta sin voltear y sin dejar de moverse.

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