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Final del capítulo cuarto de Mañana, las ratas (1984), de José B. Adolph

«Una línea de fuego iluminaba ahora el horizonte. Tony creía sentir el crepitar de casas y cuerpos, el gemir, el gritar de una humanidad sucia y pervertida que ardía en el fuego purificador del Directorio. ¿Dónde estarían los demás directores? En sus casas del sur, algunos repartidos por el país, los demás. ¿Cenando, jugando al ajedrez electrónico, acariciando a sus hijos y a sus perros? Deberían estar aquí, pensó Tony, con nosotros, viendo su teoría convertida en praxis. Las manos sucias, y los codos, y el cuello. Ah, sí, deberían estar aquí, o todos deberíamos estar corriendo con las ratas, buscando alguna covacha de piedra, algún sótano providencial que nos protegiera de la lluvia de fuego de los dioses transnacionales.
¿Estamos pecando contra el plan divino?, se preguntó, retóricamente, Tony, mientras sus manos, prendidas del borde de la ventana, se agarrotaban. Era un bello espectáculo: un lejano mar de llamas, como una casa de muñecas, o una inmensa, infinita hilera de casas de muñecas incendiadas por una banda de niños crueles. Veinte mil millones de seres humanos, y de ellos dieciocho mil millones en este tercer mundo hacinado, en el cual solo la democracia transnacional, y sus instituciones relativistas ponían un simulacro de orden. La nata sobre el podrido vaso de leche, eso es lo que somos, pensó Tony.
Los puntitos de luz se movieron ahora, y comenzaron a agrandarse. Pocos segundos después pasaban nuevamente al frente de la ventana, silenciosos ángeles camuflados con la resplandeciente D, con sus pilotos y tripulantes extranjeros, mercenarios jóvenes y gallardos veinticinco años. Cuando terminaron de pasar, rumbo a sus bases ocultas como nidos de cóndor, la mano temblorosa y sudorosa de Linda King se entrelazó con la suya y lo arrastró hacia la mullida alfombra. Cayeron a tierra, con fuego detrás de los ojos, y durante varios minutos de tensa angustia, de sensual brutalidad, desvestidos a medias, se odiaron hasta el orgasmo».


Final del capítulo cuarto de Mañana, las ratas (1984, 70-71), de José B. Adolph

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