«Un poeta se pierde en una ciudad al borde del
colapso, el poeta no tiene dinero, ni amigos, ni nadie a quien acudir. Además,
naturalmente, no tiene intención ni ganas de acudir a nadie. Durante varios
días vaga por la ciudad o por el país, sin comer o comiendo desperdicios. Ya ni
siquiera escribe o escribe con la mente, es decir delira. Todo hace indicar que
su muerte es inminente. Su desaparición, radical, la prefigura. Y sin embargo
el susodicho no muere. ¿Cómo se salva?» (341, Los
detectives salvajes).
EL ENCUENTRO Ch’ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y bien parecido. Se habían criado juntos, y como el señor Chang Yi quería mucho al joven, dijo que lo aceptaría como yerno. Ambos oyeron la promesa y como ella era hija única y siempre estaban juntos, el amor creció día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre era el único en no advertirlo. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija. El padre, descuidando u olvidando su antigua promesa, consintió. Ch’ienniang, desgarrada por el amor y por la piedad filial, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que resolvió irse del país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y comunicó a su tío que tenía que irse a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero y regalos y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, no cesó
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