XVIII
—¿Y
fantasmas de gente ilustre, Ulises? ¿Has visto alguno? —pregunta Mariana,
dejando por un momento el libro de Historia que estaba revisando sin demasiada
convicción.
—Algunos.
—Debe
de ser bacán cruzarte con, no sé, Beethoven o Dante. O Rasputín.
—No
creas. Si te cruzas con ellos, o con otra celebridad cualquiera, es porque
sufren del síndrome. Y, en ese caso, la mayor parte de las veces están
demasiado orientados hacia la tierra, con la ansiedad de que su fama continúe,
o se acreciente, y sobre todo que sea mayor que la de otros. Pasan así su
existencia de ultratumba buscando referencias a su vida y obra en bibliotecas,
revistas, conferencias y páginas web; con lo cual es dificilísimo para otro
fantasma cruzar la menor palabra con ellos.
—Creo
que te he cogido en una contradicción —lo hostiga Mariana—. En la zona del SEF*,
¿no deberían estar solo los que han dejado una tarea inacabada, los que no han
hecho mayor cosa en sus vidas? Y estos patas algo han hecho, ¿no?
—Sí.
Pero una de las escasas conclusiones a las que he llegado es que existen pocas
cosas infinitas, en extensión y duración. Y una de esas cosas infinitas, por
ende insaciable, es la vanidad. (58).
Gris. Las vidas de la penumbra (2004), Carlos Herrera.
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*SEF:
Síndrome del Espectro Frustrado
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