Cuando en Roma…
Se sorprendió pero no dijo nada, pues supuso que se trataba de una costumbre local que él indudablemente desconocía pero que sintió que debía acatar: sin siquiera haber probado bocado y apenas se había sentado, le trajeron la factura del consumo acompañada de unos caramelos de cortesía, no sin antes haber sido casi conminado a que se quedara con su abrigo puesto cuando intentó sacárselo al entrar al restorán. Y sólo después de pagar la cuenta le sirvieron primero el postre, seguido del plato de fondo y luego un consomé, mientras que el sommelier de vez en cuando echaba de un vaso el vino tinto dentro de una botella, de la cual se vio así forzado a beber. Finalmente se le acercó un mozo y le preguntó si quería un aperitivo antes de la cena.
Igual
impresión de extrañeza tuvo mientras comía y escuchaba la desafinada música de
fondo interpretada, en violines y piano, por un sexteto de ancianos vestidos de
frac, aunque al final y sólo después de mucho esfuerzo creyó reconocer una de
las piezas, aquel Danubio Azul que
tanto gustaba a su señora madre, ¡pero tocado completamente al revés, desde las
últimas notas hacia atrás!
Se aprestaba
a marcharse cuando el maitre d’hotel
se le acercó para ayudarle muy cortésmente a quitarse el abrigo. Pero cuando
estuvo fuera, a punto de sufrir las inclemencias de una gélida y lluviosa
noche, de inmediato volvió a ponérselo mientras buscaba, espantado, el nombre
de aquel insufrible local.
Lo encontró,
escrito también al revés y en diminutas letras que le costó descifrar. Decía:
Restaurante El Zurdo. (31-32).
Pasajes de lo fantástico. Antología de
relatos de expresión fantástica en el Perú
(2017) Audrey Louyer
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