El error en la apertura
El
error natural es el principio de la experiencia. Sucesivas equivocaciones es ir
en contra del sentimiento, la lógica y la razón. Definir el equívoco nos puede
llevar a la desesperación y dejarnos varados en un laberinto de incertidumbre
que nos pregunte: ¿dónde comenzó el error?
Hace
varios años fui con mi padre a un paupérrimo centro comercial, como los que
había en la Lima de inicios de los setentas, aunque no pobre por su
infraestructura —más bien era un edificio inmenso— sino por la cantidad de tiendas
abandonadas que tenía. En el fondo de uno de sus oscurecidos salones, había una
tienda de ajedrez donde pude observar varios libros de técnicas sobre este
juego. Me llamó la atención uno que tenía en la portada el dibujo de un rey en
llamas echado en el medio de un tablero, el título del libro era Jaque Mate en ese entonces mi interés
por el ajedrez estaba en niveles de entusiasmo, por decir algo, y es así que
compré ese libro, el primero y el último de ajedrez que adquirí. Mi padre me
observó con sorpresa y, como buen jugador de ajedrez que era, me dijo: «Está
bien que compres eso, pero primero necesitas saber bien cómo hacer las
“aperturas” y luego leer ese». Felizmente, él tenía en casa varios libros de
“aperturas” y me los dios todos para practicar algunas jugadas, y estar listo
por fin para leer el libro que me había comprado. Entre los libros que me
entregó estaba uno que llevaba por nombre El
error en la apertura, en el que se indicaban las equivocaciones más
frecuentes al iniciar el juego.
Esa
experiencia me sirvió para pensar la vida desde el punto de vista del ajedrez,
con este juego aprendí que cada jugada mal hecha traer consecuencias nefastas
para el resultado de la partida. Por ejemplo, si comenzamos con una mala
apertura nos puede demorar muchas jugadas situarnos en una posición aceptable y
ventajosa, si es que no hemos abandonado la partida antes. El comenzar una
partida con una «apertura abierta» implica mayor conocimiento del ajedrez que
iniciarla con una «apertura cerrada»; además, debemos tener destreza en las
distintas defensas que existen, como la «india de rey» o la «siciliana». Y ni
qué decir de las maneras más eficaces de hacer jaque mate.
El
ajedrez, como la vida, es un tablero que tiene ciertas reglas que para jugarlo
hay que someterse a ellas. Al iniciarla —en el momento que nos sentimos más
preparados— debemos poseer las destrezas para ser calculadores e imaginar las
posibles jugadas de nuestro oponente, que en este caso serían las implicancias
que nos trae la interacción con la realidad: el saber reaccionar ante lo
adverso y reponernos de un mal comienzo.
La
mayor similitud que existe entre el ajedrez y la experiencia de la vida es que
si perdemos podemos iniciar nuevamente otra partida. El haber tomado una mala
decisión al comienzo no implica que estemos condenados a vivir con la
incertidumbre de perder. Podemos abandonar el juego o insistir en la victoria a
sabiendas que la hemos iniciado con errores. Pero tanto la primera como la
segunda idea no nos aseguran que ganaremos. Simplemente nos permite tener la
esperanza del escape, de otra oportunidad donde podremos jugar sin el temor de
ir inexorablemente hacia el abandono.
Hay
un discurso que nos han inculcado desde niños: la vida nunca es una derrota si
uno hizo lo que pudo. Y estoy de acuerdo con eso. Tal vez en nuestra
experiencia habremos llegado a coronar algunos peones, embestido con una jugada
excepcional a la reina rival o haber devorado alfiles, torres o caballos con
sacrificios de piezas que hasta ese momento habíamos creído imprescindibles,
sin obtener la victoria por inexperiencia o porque simplemente encontramos a un
rival con mayor talento. Muchos jugadores al verse en la derrota abandonan,
hasta los más geniales echan su rey en señal de rendición: «Las blancas abandonan»
o «las negras abandonan», dicen los manuales que describen las partidas. Y la
vida también es así: no conseguimos lo que hemos querido, pero lo aprendido
queda aunque nos hayamos rendido antes de vernos aniquilados por la realidad.
Ahora
recuerdo algo extraño. Cuando era infante, insistía en que mis compañeros de
juego no abandonaran la partida. Me gustaba vencerlos con el jaque mate y
enfurecía cuando ellos huían de la partida, antes les decía: «¡Eres un cobarde,
un maricón, no te he hecho jaque mate, no te puedes ir!». También era así de
terco en mi propia derrota, ya que cuando sabía que no tenía probabilidades de
ganar, insistía e insistía, haciendo oídos sordos a quienes me decían: «Ya te
gané». Yo no me movía de mi asiento, mirando concentrado el tablero y siendo
consciente de mi destino. Hay algo que aprendí del jaque mate: quien no sabe
hacerlo, no podrá nunca ganarte la partida.
Y es
así que he llevado mi vida, insistiendo en una partida aparentemente perdida y
habiéndola comenzado con un mal juego. Me mueve la curiosidad por enterarme
hasta dónde me llevará el error o el reto de cómo salir de este. Para mí, la
vida es una sucesión de errores, mas no de renuncias. Tal vez, como dije al
principio, para muchos la vida sea una serie de partidas o un cúmulo de
experiencias; no obstante, yo creo que hay algunos que juegan una sola partida
en toda su existencia y que desde hace mucho su derrota está latente, pero lo
cierto es que, al no poderles hacer jaque mate, corren nerviosos por todo el
tablero con una sonrisa de angustia, porque saben que la muerte «real» tal vez
los salve de un inevitable abandono. (63-66).
El Comedio del Breñal (2016), Carlos E. Luján Andrade
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