La tuerca de vuelta (sobre el microrrelato)
Hace
poco descubrí que tenía estas notas sobre el microrrelato dispersas en blogs o
libretas y que había usado algunas de ellas en textos más amplios —prólogos o
presentaciones— o simplemente las había abandonado a su suerte. Hoy las recupero
y las ordeno tal como consignan sus fechas de escritura en los manuscritos
(entre 2005 y 2009). No pretenden ser un decálogo, su número es puro mérito del
azar. Pero, ya sabemos, el azar encierra muchos misterios y algún nuevo orden
nos puede proponer.
I
Todos
los textos son movibles y en determinada circunstancia (libro, recital,
conferencia, iglesia, etc.) pueden ser leídos como microrrelatos, poemas,
sentencias, aforismos o, si viene en gana, textos sagrados. Es cuestión de
actitud. La lectura la damos nosotros, los lectores, y el goce es compartido
con usted, el falso creador.
II
La
actitud del lector es sumamente importante y decisiva en la reactualización del
microrrelato. De acuerdo con esto, él estará dispuesto a aceptar tanto las
reglas de juego que le propongan, como sus excepciones. Esta disposición, como
es sabido, no es exclusividad de la literatura, sino de todas las expresiones
artísticas. Imagínense a un sujeto que asiste a una sala de cine y pide a
gritos que no le apaguen las luces. O que luego, como no le hicieron caso y lo
dejaron a oscuras, considere a todos los demás espectadores unos idiotas por no
darse cuenta de que quien está en la pantalla no es Hannibal Lecter sino un
hombre llamado Anthony Hopkins. Claro que también se puede ir al otro extremo:
que ya no se esté dispuesto al retorno de la ficción. Habrá alguno que viendo
al actor inglés caminando por unas calles de Florencia, corra a refugiarse por
el temor de que le arranquen la nariz de un mordisco.
En el
caso del microrrelato, este es uno de los géneros que se permite quebrar sus
reglas con mayor asiduidad, lo mismo que la novela. Pues debe conseguir que en unas
pocas palabras se condensen, se alberguen y se potencien, el resto de los
elementos que suele aparecer en el cuento convencional (digamos,
arbitrariamente, el de más de dos carillas). Es lógico, entonces, que el lector
deba exigirse todavía más y aceptar el nuevo juego del texto.
Si ya
en el cuento convencional se asume que la magia está entrelíneas, en el espacio
en blanco que aloja a las palabras; en el microrrelato la dependencia de este
espacio, de este vacío, es mayor. Y claro, debe ser sospechoso, y hasta
absurdo, para el lector común tener que sostenerse del vacío.
III
Cuando
uno escribe un microrrelato, siempre tiene la tentación de darle un final
sorpresivo. Es lo que está más a la mano. Sin embargo, creo yo, hay que evitar
caer en este recurso o tener bien en claro para qué lo usamos. Es común hallar
cuentos en los que su desenlace, con un supuesto quiebre genial, se resuelve
con un personaje que ha venido soñando todo lo anterior y su madre lo despierta
para que vaya a la escuela o al trabajo, o que la gran batalla resultó ser la
final de un campeonato local de fútbol, o que el ajusticiamiento o decapitación
en realidad se trataba de una cebolla rebanada. Esto demuestra, obviamente,
poco oficio o menos ingenio o simple pereza en su autor.
El final
sorpresivo no debe verse como el recurso decisivo para el buen funcionamiento
del cuento, y en especial del breve; ya que su lectura se reduciría
terriblemente a un banal efectismo. Este final debe ser un elemento más en el
texto. Su efecto debe residir en ser un falso final; que el lector crea, por un
momento, que todo se decide en sus últimas palabras. Pero no es así. El lector
más avisado sospechará que hay algo más tras ese desenlace. Quizás no sepa
finalmente de qué se trata, pero esa ignorancia será placentera.
IV
Al
oír hablar de la perfección del cuento, de su unidad, conviene ampliar una
sonrisa.
En Oriente,
mientras observamos al más experto de los calígrafos trazar algunos ideogramas
sobre el papel de arroz, notamos que algunas gotas de tinta se esparcen
aparentemente ajenas al motivo del trazado. ¿Un error? ¿Burdas manchas que
quiebran la armonía, la unidad? No es así. Esas gotas dan muestra del impulso
creativo del artista por alcanzar, rozar, la perfección. Inalcanzable perfección.
En ese intento se halla la nueva belleza. Lo que nosotros podríamos ver como imperfección,
finalmente representa una noción y estética distintas de la armonía.
El microcuentista
también puede ser un calígrafo.
V
El estilo
del microcuentista obedece a distintos factores. Este se construye con el
asiduo ejercicio, con la lectura, con el imaginario del escritor que busca su
concreción en la palabra escrita. Pero también el estilo se amolda y potencia
ante las circunstancias más anodinas. En su etapa de formación, reiteradas
veces el escritor se lamenta de las largas convalecencias, encierros, de la
vida en el campo o la ciudad, de las urgencias y obligaciones familiares o
laborales, de la ansiedad o la molicie, que van condicionando sus primeros
escritos. Sin embargo, llega el momento en el que esos posibles impedimentos
son domesticados y aprovechados por el autor. Cuando hay conciencia de ello, el
escritor domina sus recursos narrativos y reconoce su estilo.
VI
Un
buen microrrelato ofrece una buena historia, una anécdota, una sucesión de
hechos cautivantes. No obstante, el buen microrrelato puede también dejar de ofrecer
una buena historia, una anécdota relevante, etc. Pues hay un elemento agregado
inexpresable en el argumento mismo, pero que procura de él para revelarse o ser
intuido.
Ese elemento
agregado afecta vivamente en el lector.
VII
El
austríaco Ludwig Wittgenstein decía: “los límites de mi lenguaje implican los
límites de mi mundo”. El entorno lo percibimos, asimilamos y revertimos a través
de nuestras palabras, en cálida proporción. En el microrrelato,
paradójicamente, la brevedad, la tendencia hacia lo mínimo expresable por
nuestro lenguaje, el ilusorio silencio, dilata y supera al propio mundo.
VIII
En un
terrible afán, propio de estos tiempos, muchos escritores de microcuento se
suman a la competencia. El objetivo: quién escribe el más corto (se entiende
que ingenioso, bueno, perfecto, la suma y resta de todos los escritos
anteriormente). Competencia y meta absurdas, sin lugar a dudas. Debería de
quedarnos bien en claro que nadie puede ser más pequeños que un dinosaurio ni
más grande que Monterroso.
IX
Lo
que cualquiera descubre mientras escribe un microcuento es la imposibilidad de
aplicar todas las reglas y recomendaciones que se ha recibido previamente. Si alguien
lo intentara, correría el riesgo de dar forma a un perfecto cuadrado de
palabras cruzadas.
X
Si
para el escritor Julio Cortázar el cuento ganaba por knock-out, la ficción
breve no gana, solo es un contradictorio y placentero golpe sostenido. (185-189).
Enciclopedia plástica (2016), Ricardo Sumalavia
Comentarios
Publicar un comentario