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"Creación de Dios" - César Miró

Creación de Dios

Una tormenta en marcha es la única expresión humana de la existencia de Dios. Si no la única, al menos la más exacta. Y es expresión humana en cuanto se refiere a las relaciones del hombre con la naturaleza. Podríamos decir expresión natural; pero sabemos que la naturaleza como contorno solo existe con relación al hombre considerado como sistema. Y la naturaleza como contorno del hombre es, al mismo tiempo, su continuación, su prolongación, su reflejo. Es el hombre mismo.

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Una tormenta en marcha es la única expresión humana de la existencia de Dios. La existencia de Dios se demuestra por un camino de terror, de fatalidad en su sentido histórico; por un camino tortuoso y primitivo. El lenguaje del hombre para dirigirse a Dios es un alarido desesperado y animal. Este alarido angustioso es el primer nombre de Dios.

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Ni la física ni la metafísica —siguiendo en su enumeración el orden riguroso de los antiguos— pueden explicar la actitud del hombre frente al paisaje sacudido por una fuerza desconocida y sobrenatural. No es accidental ni antojadiza, por otra parte, esta enumeración. La física y la metafísica son solo dos sentimientos, y dos sentimientos sucesivos y ordenadamente afines. Hay una física del espíritu que es el mundo abstracto de las imágenes y existe una metafísica del paisaje, la elevada metafísica del hombre frente a la naturaleza. Sentimientos he dicho, como pude decir sensaciones, ambas cosas disciplinan y ordenan el equilibrio del universo.

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El hombre se mueve en un círculo de palabras que son solo una sucesión de representaciones. La palabra es el cuerpo sonoro, de vibraciones infinitas, que se mueve, se descompone, se disgrega y existe como una fuerza, como un cuerpo que ocupa un lugar en el espacio. La palabra es la expresión física del concepto inmortal, del ser abstracto, de la idea y su metafísica trascendental.

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Una tormenta en marcha es como una anunciación. Dios existe en el peligro, en el dolor, en el miedo, en el hambre, en la sed, en la tiniebla, en el naufragio, en la tormenta. Dios existe en la tormenta. Dios es la tormenta. Pero la anunciación de Dios es obra exclusiva del hombre presa del pánico. Dios sale en ese momento de las manos heladas del hombre, de las manos temblorosas del hombre, de las manos torpes y desesperadas del hombre. El hombre hace a Dios a su imagen y semejanza. Y descubre el contenido metafísico del universo. Le da su cuerpo y su voluntad; le da su sentimiento y su voz. El paisaje se recorta en las tinieblas y en cada relámpago el hombre va iluminando su creación. Su inteligencia se levanta desde el fondo de los siglos, desde lo más hondo de su noche espiritual. La primera expresión del genio humano es la creación de Dios.

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Hay una fiesta salvaje en la montaña. Hay un temblor de brazos levantados. Hay una multitud de manos que camina. Manos que se agitan, que se retuercen, que se encrespan. Manos que se agarrotan. Manos que se mueven como banderas. Manos que ondulan como si fueran de agua. Manos que florecen. Manos que despiertan. Manos que gritan. Manos que cantan. Son las manos del hombre que acaba de crear a Dios.

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Hay una fiesta salvaje en la montaña. Hay un rebaño de cabezas que se mueve, una multitud de cabezas que camina. Cabezas que se yerguen. Cabezas que avanzan. Cabezas que dan vueltas, como alucinadas. Cabezas decapitadas. Cabezas fuertes con cuellos de toros. Cabezas que despiertan. Cabezas que ondulan como si fueran de agua. Cabezas que cantan. Cabezas que son como una sola cabeza: la cabeza de la multitud. La cabeza iluminada del hombre que acaba de crear a Dios.

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Hay una fiesta salvaje en la montaña. Hay una muchedumbre de cuerpos que se mueven. Cuerpos desnudos de la multitud. Cuerpos brillantes, ágiles, elásticos. Cuerpos con ritmo de danza. Cuerpos con nervios de música. Cuerpos tibios, iluminados, amanecidos. Cuerpos cubiertos de niebla. Cuerpos mojados como frutas recién despojadas de su corteza. Cuerpos agudos como flechas. Cuerpos sonoros como tambores. Cuerpos que se curvan como ríos. Cuerpos que ondulan como si fueran de agua. Cuerpos que cantan. Cuerpos que son como un solo cuerpo. El cuerpo iluminado del hombre que acaba de crear a Dios.

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El hombre ha hecho a Dios a su imagen y semejanza. Le hadado su expresión, su pureza, su fuerza. Le ha dado su júbilo, su terror, su consciencia. Un cuerpo físico, con sus atributos, sujeto sus propias leyes; un cuerpo humano, sometido a una voluntad inmortal.

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Voluntad inmortal. Voluntad de creación. Voluntad de continuación. La multitud de manos, de cabezas, de cuerpos desnudos, avanza en la montaña. Y se mueve desesperada y da alaridos de júbilo. La multitud es una tormenta en marcha. Una tormenta que palpita angustiosa, con la angustia helada de haber penetrado la tiniebla horrible de la desaparición total. La multitud avanza como una ola viva, lentamente, como avanza la ola azul del amanecer. Luego aumenta, se revuelve, ruge, se atropella, crece como una montaña, se sacude como un árbol que cubriera toda la tierra. Nubes grises, violáceas, rojas, envuelven la montaña. La tierra mojada se hace tierna, acogedora, humana. La multitud de cuerpos avanza. Hay un rugido enorme que se extiende como los círculos que hace la piedra en el agua. Los cuerpos se retuercen, palpitan brillantes, se enlazan, se confunden. Los cuerpos se mueven con el ritmo feliz de la procreación, con el ritmo eterno y fecundo de la vida. Y la multitud en marcha, el hombre, es como una anunciación. La anunciación del Dios creado a su imagen y semejanza. (86-88).

En Poetas que cuentan. Muestra de relatos peruanos (1913-2013) (2017), selección por Carlos Morales Falcón.
(“Creación de Dios”. Fragmento de Teoría para la mitad de una novela. Prólogo de Salvador Reyes. Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, 1935, pp. 61-66).

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