LA
VIDA SENCILLA
LLAMAR
al pan el pan y que aparezca
sobre
el mantel el pan de cada día;
darle
al sudor lo suyo y darle al sueño
y al
breve paraíso y al infierno
y al
cuerpo y al minuto lo que piden;
reír
como el mar ríe, el viento ríe,
sin
que la risa suene a vidrios rotos;
beber
y en la embriaguez asir la vida;
bailar
el baile sin perder el paso;
tocar
la mano de un desconocido
en un
día de piedra y agonía
y que
esa mano tenga la firmeza
que
no tuvo la mano del amigo;
probar
la soledad sin que el vinagre
haga
torcer mi boca, ni repita
mis
muecas el espejo, ni el silencio
se
erice con los dientes que rechinan:
estas
cuatro paredes -papel, yeso,
alfombra
rala y foco amarillentono
son
aún el prometido infierno;
que
no me duela más aquel deseo,
helado
por el miedo, llaga fría,
quemadura
de labios no besados:
el
agua clara nunca se detiene
y hay
frutas que se caen de maduras;
saber
partir el pan y repartirlo,
el
pan de una verdad común a todos,
verdad
de pan que a todos nos sustenta,
por
cuya levadura soy un hombre,
un
semejante entre mis semejantes;
pelear
por la vida de los vivos,
dar
la vida a los vivos, a la vida,
y
enterrar a los muertos y olvidarlos
como
la tierra los olvida: en frutos...
Y que
a la hora de mi muerte logre
morir
como los hombres y me alcance
el
perdón y la vida perdurable
del
polvo, de los frutos y del polvo.
(36-37)
Octavio
Paz (1989). Lo mejor de Octavio Paz. El fuego de cada día.
México: Seix Barral.
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