Ir al contenido principal

Nous y Ananke



«Con todo, la introducción de esta “chóra” en el Timeo se produce en forma de una interrupción sorprendente en la narración, en la que hasta ahora se había mostrado el mundo que el Demiurgo había elaborado con “nous” como un reflejo excelente de la imagen primaria del mundo. Ahora se afirma de repente que al lado del logos hay que poner también aquello que ocurre por necesidad. Que la creación del mundo obedece a una mezcla de “nous” y “ananke”, de razón y necesidad. La razón convence a la necesidad de que colabore en medida suficiente como para que al final pueda resultar lo bueno. Así se produce la introducción misteriosa de ese tercer género entre el ser y hacerse, idea y figura, imagen primaria y reflejo. Lo que al parecer se pretende es que todos esos matices, esas insinuaciones mitológicas y figuras cambiantes nos confundan para que aquello a lo que se refiera la “chóra” aparezca como un comienzo completamente nuevo. Si bien se anuncia previamente, esto se hace de una forma tan general, que resulta difícil llegar a comprender este nuevo género, tan propio y particular. En él se encuentran ambas cosas: ser y hacerse, lo inmutable del ser y aquello que carece de figura y que, precisamente a causa de su variabilidad, se resiste a toda comprensión fácil. Esto último aparece introducido prácticamente como “motivo de la figura oscilante”». (2001: 108).

Gadamer, Hans-Georg. (2001). El giro hermenéutico. 2ª ed. Madrid, España: Ediciones Cátedra.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

"El encuentro" - Cuento de la dinastía Tang

EL ENCUENTRO Ch’ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y bien parecido. Se habían criado juntos, y como el señor Chang Yi quería mucho al joven, dijo que lo aceptaría como yerno. Ambos oyeron la promesa y como ella era hija única y siempre estaban juntos, el amor creció día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre era el único en no advertirlo. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija. El padre, descuidando u olvidando su antigua promesa, consintió. Ch’ienniang, desgarrada por el amor y por la piedad filial, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que resolvió irse del país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y comunicó a su tío que tenía que irse a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero y regalos y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, no cesó...

"El ángel caído" - Cristina Peri Rossi

El ángel caído El ángel se precipitó a tierra, exactamente igual que el satélite ruso que espiaba los movimientos en el mar de X flota norteamericana y perdió altura cuando debía ser impulsado a una órbita firme de 950 kilómetros. Exactamente igual, por lo demás, que el satélite norteamericano que espiaba los movimientos de la flota rusa, en el mar del Norte y luego de una falsa maniobra cayó a tierra. Pero mientras la caída de ambos ocasionó incontables catástrofes: la desertización de parte del Canadá, la extinción de varias clases de peces, la rotura de los dientes de los habitantes de la región y la contaminación de los suelos vecinos, la caída del ángel no causó ningún trastorno ecológico. Por ser ingrávido (misterio teológico acerca del cual las dudas son heréticas) no destruyó, a su paso, ni los árboles del camino, ni los hilos del alumbrado, ni provocó interferencias en los programas de televisión ni en la cadena de radio; no abrió un cráter en la faz de la tierra ni env...

Fragmentos del discurso final de Pleberio, en La Celestina (1499)

Pues, mundo halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigosa vejez? ¿Cómo me mandas quedar en ti conociendo tus falsías, tus lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras flacas voluntades? (178). Del mundo me quejo porque en sí me crió; porque no me dando vida, no engendrara en él a Melibea; no nacida, no amara; no amando, cesara mi queja y desconsolada postrimería. ¡Oh mi compañera buena y mi hija despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac lachrymarum valle ? (179). Roja, Fernando de. (1982) La Celestina . Navarra: Salvat Editores, S. A. - Alianza Editorial, S. A.