Enero
de 1999
El
verano del cohete
Un
minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas,
la escarcha empañaba los vidrios, los carámbanos bordeaban los techos, los
niños esquiaban en las pendientes; las mujeres envueltas en abrigos de piel
caminaban pesadamente por las calles heladas como grandes osos negros.
Y de
pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire cálido,
como si alguien hubiera dejado abierta la puerta de un horno. El calor latió
entre las casas y los arbustos y los niños. Los carámbanos cayeron, se
quebraron y se fundieron. Las puertas se abrieron de par en par; las ventanas
se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres guardaron
en los armarios los disfraces de oso; la nieve se derritió, descubriendo los
prados verdes y antiguos del último verano.
El
verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas
abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico cambió
los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Los
esquíes y los trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que caía sobre el
pueblo desde los cielos helados, llegaba al suelo transformada en una lluvia
tórrida.
El
verano del cohete. La gente se asomaba a los porches goteantes y observaba el
cielo, cada vez más rojo.
El
cohete, instalado en la plataforma de lanzamiento, soplaba rosadas nubes de
fuego y calor de horno. El cohete se alzaba en la fría mañana de invierno,
creaba verano con cada aliento de los poderosos escapes. El cohete transformaba
los climas, y durante unos instantes fue verano en la tierra… (9-10).
Bradbury,
R. (2018). Crónicas marcianas. Buenos
Aires, Argentina: Minotauro.
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