Cuando el hacha del maestro verdugo cercenó la cabeza, en la
plaza todo el pueblo aplaudió aliviado, libre, al fin, de la malevolencia del
brujo, de su risa oxidada, de sus promesas de muerte. Pero al caer la cabeza,
del cuello surgió otra diferente. Esta también fue cortada, mas otra brotó como
capullo. Las cabezas decapitadas se apilaban, nacidas tras otra del insólito
cuello del brujo. Aunque los brazos del verdugo estaban cada vez más cansados y
los aplausos menguaban, repetía la operación concentrando el mismo coraje en
cada tajada, hasta que un par de horas después todo empezó a dar vueltas al
ritmo de la risa oxidada. En ese instante, el verdugo vio que en la plaza todo
el pueblo yacía decapitado, mientras su cabeza rodaba junto con las demás.
Avilés, E. O. (2011). Cabalgata en duermevela. México D. F.: Tierra Adentro.
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