Del orden de las cosas
A Octavio Paz
Hasta la desesperación
requiere un cierto orden. Si pongo un número contra un muro y lo ametrallo soy
un individuo responsable. Le he quitado un elemento peligroso a la realidad. No
me queda entonces sino asumir lo que queda: un mundo con un número menos.
El orden en materia de
creación no es diferente. Hay diversas posturas para encarar este problema,
pero todas a la larga se equivalen. Me acuesto en una cama o en el campo, al
aire libre. Miro hacia arriba y ya está la máquina funcionando. Un gran ideal o
una pequeña intuición van pendiente abajo. Su única misión es conseguir llenar
el cielo natural o el falso.
Primero se verán
sombras y, con suerte, uno que otro destello; presentimiento de luz, para
llamarlo con mayor propiedad. El color es ya asunto de perseverancia y de
conocimiento del oficio.
Poner en marcha una
nebulosa no es difícil, lo hace hasta un niño. El problema está en que no se
escape, en que entre nuevamente en el campo al primer pitazo.
Hay quienes logran en
un momento dado ponerlo todo allí o aquí abajo, pero ¿pueden conservarlo allí?
Ese es el problema.
Hay que saber perder
con orden. Ese es el primer paso. El abc. Se habrá logrado una postura sólida.
Piernas arriba o piernas abajo, lo importante, repito, es que sea sólida,
permanente.
Volviendo a la
desesperación: una desesperación auténtica no se consigue de la noche a la
mañana. Hay quienes necesitan toda una vida para obtenerla. No hablemos de esa
pequeña desesperación que se enciende y apaga como una luciérnaga. Basta una
luz más fuerte, un ruido, un golpe de viento, para que retroceda y se
desvanezca.
Y ya con esto hemos
avanzado algo. Hemos aprendido a perder conservando una postura sólida y
creemos en la eficacia de una desesperación permanente.
Recomencemos: estamos
acostados bocarriba (en realidad la posición perfecta para crear es la de un
ahogado, semienterrado en la arena). Llamemos cielo a la nada, esa nada que ya
hemos conseguido situar. Pongamos allí la primera mancha. Contemplémosla
fijamente. Un pestañeo puede ser fatal. Este es un acto intencional y directo,
no cabe la duda. Si logramos hacer girar la mancha convirtiéndola en un punto
móvil el contacto estará hecho. Repetimos: desesperación, asunción del fracaso
y fe. Este último elemento es nuevo y definitivo.
Llaman a la puerta. No
importa. Perdamos las esperanzas. Es cierto que se borró el primer grumo, se
apagó la luz de arriba. Pero se debe contestar, desesperadamente, conservando
la posición correcta (bocarriba, etc.) y llenos de fe: ¿quién es?
Con seguridad el
intruso se habrá marchado sin esperar nuestra voz. Así es siempre. No nos queda
sino volver a empezar en el orden señalado. (pp. 167-168).
Varela, B. (2007). Aunque
cueste la noche. Salamanca, España: Ediciones Universidad de Salamanca.
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