«No
recordaba que es preciso aflojar el cuerpo y abandonarse, dejarse llevar
sumisamente a la deriva, bracear solo cuando se salva una ola y se está sobre
la cresta, en esa plancha líquida que escolta a la espuma y flota encima de las
corrientes. No recordaba que conviene soportar con paciencia y cierta malicia
ese primer contacto con el mar exasperado de la orilla que tironea los miembros
y avienta chorros a la boca y los ojos, no ofrecer resistencia, ser un corcho,
limitarse a tomar aire cada vez que una ola se avecina, sumergirse —apenas si
reventó lejos y viene sin ímpetu, o hasta el mismo fondo si el estallido es
cercano—, aferrarse a alguna piedra y esperar atento el estruendo sordo de su
paso, para emerger de un solo impulso y continuar avanzando, disimuladamente,
con las manos, hasta encontrar un nuevo obstáculo y entonces ablandarse, no
combatir contra los remolinos, girar voluntariamente en la espiral lentísima y
escapar de pronto, en el momento oportuno de un solo manotazo. Luego, surge de
improviso una superficie calma, conmovida por tumbos inofensivos; el agua es
clara, llana, y en algunos puntos se divisan las opacas piedras submarinas».
(pp. 99-100).
Vargas,
M. (2010) [1959]. Los jefes / Los cachorros. Lima, Perú: Santillana S. A.
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