Este año ha sido de lo más asolador y desolador para muchísimas personas. Recuerdo que, una de las tantas noches antes de dormir, un periodista de la televisión nacional mencionó que las muertes por coronavirus eran muy pocas en comparación con las frecuentes, las cuales incluían suicidios, accidentes automovilísticos, muertes naturales, etc. Recuerdo, también, que en Italia una enfermera se suicidó porque no soportó ver tantos cadáveres frente a su mismidad, a su propioceptividad. Recuerdo, de igual modo, que después se dijo que el coronavirus, en realidad, había llegado o surgido en setiembre u octubre de 2019. Esto me hace cuestionar sobre la historia que se contará en un decenio o tres: ¿cómo se desarrolló en verdad la pandemia? ¿Crearon el virus en un laboratorio o fue solo una recombinación?
Cuando el otrora presidente M. Vizcarra anunció el estado de emergencia, así como la aparición de militares vigilantes, vi todo el escenario como algo para el bien. Sin embargo, días después, nos dimos cuenta de que no valió mucho la agenda de cuidados: la irresponsabilidad de muchos compatriotas empezó a devastar el bienestar de otros que empezaron a perder a sus cercanos.
Pero hablar del coronavirus en el Perú es solo hablar desde marzo, desde un espacio-tiempo en que ya se veía con algo de respeto los casos crecientes en Oriente. Mucho se habló en enero de una posible tercera guerra mundial. Mucho, también, de que el reloj del apocalipsis se había adelantado. Y ahora lo será aún más: ¿qué futuro nos espera con la aparente monetarización del agua? Es claro que hay recursos y fórmulas tecnológicas que actualmente permiten desalinizar el agua de mar, sin embargo, el costo es excesivo y el uso de recursos también. ¿El agua, entonces, será más cara que la electricidad o no? Con el próximo deshielo inminente, ¿aparecerán virus antiguos?
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