Los impostores
X
odiaba estudiar. No entendía para qué aquella complicada manera de enredarse la
vida: los nombres extranjeros aprendidos de memoria, los extraños símbolos que
dolían en la cabeza como un martillo. Asimismo, X detestaba aquellas camisas
horribles que le ponía su mamá cada mañana, con puntilla en los puños y en el
cuello. También decir que X se llevaba fatal con su padre, pero fue este último
el que eligió la carrera. A X le daba igual, no le apetecía ninguna. Es más,
hoy en día X aborrece su trabajo, pero al dejar la universidad se metió en lo
primero que le salió al paso, el desempleo era mucho y había que agarrarse a lo
que fuera.
En
este momento X está en la iglesia. Sobre su cabeza está crucificado un dios en
el que no cree, y enfrente, un individuo vestido con extrañas ropas y
alzacuello habla, según piensa X, de ideas ridículas que no hay quien se
trague. Al lado de X está Y, a la que va a desposar.
Cuando
el tipo del alzacuello pregunta si X desea tomar a Y por esposa, en su mente
escuece una idea. Que toda su vida la ha vivido otro por él, que otro se ha
apoderado de su cuerpo. Otro que lo ha convertido en marioneta, que ha movido
los hilos hasta llevarle a esta iglesia, a contraer matrimonio en una ceremonia
cómica, con una mujer a la que no está seguro de querer, y mucho menos en las condiciones
del contrato que está dictando el cura, Biblia en mano.
X grita desde dentro que no, que no quiere,
pero su voz no suena. Mientras tanto, el otro, el impostor que se ha adueñado
de su cuerpo dice “sí quiero”, y besa a la novia con una frialdad marmórea.
Del
otro lado Y clama que no, que no quiere, impotente y muda. Una impostora está
besando al impostor de X con un desdén equiparable. Los hijos que nazcan
llevarán los nombres y los cuerpos de X e Y, pero los educarán sus impostores.
(33-34).
Clones
Después
de una complicada intervención, la científica Y ha conseguido, tras años y años
de investigaciones, clonar un ser humano. A escondidas de los gobiernos y de
los periódicos, mediante una difícil operación logística, consigue introducir a
X, uno de los clones, como hijo único de una acomodada pareja burguesa, popular
por su riqueza y su amor al arte, cuya mujer es estéril.
Por
otro lado, el hermano clónico de X, al que Y denomina Z, es integrado en una
familia obrera de recursos escasos, cuyos miembros trabajan de sol a sol para
llevar comida a Z y a sus nuevos hermanos, que suman muchas bocas.
Desde
muy pequeños, X y Z muestran una pasión desmesurada por las bicicletas. Este apasionamiento
se convierte en obsesión, tanto el uno como el otro hablan de bicis el día
entero, a cualquier sitio quieren ir en bicicleta, desatienden sus estudios y
se fuman las clases para escalar montañas, queman cuantos kilómetros se les
pongan bajo las ruedas.
Los
padres adoptivos de X, preocupados por la ofuscación de su hijo, hacen que
visite a varios psicólogos, a psiquiatras reconocidos, a gurús y a chamanes, a
religiosos y a profetas. Desesperados, intentan atraerlo con nuevas
motivaciones a la poesía, a la pintura, a la literatura. Es inútil, tras vanos
intentos de esconder las múltiples bicicletas de su hijo, de no mencionar jamás
un corredor o una carrera, de prohibir el Tour de Francia en la sobremesa de
las tardes de verano, se ven obligados, al fin, a internar a X en un
psiquiátrico en el que monta en bicicleta, feliz, por el resto de sus días.
En
el sanatorio mental, X ve por la tele, embobado, a su ídolo Z, llegando de
nuevo victorioso a la meta. (41-42)
Cuentos de X, Y, y Z (1997) F. M.
F.
M. nació el 6 de enero de 1967 en Madrid; nevaba.
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