Ir al contenido principal

Psicoanálisis y literatura (extracto de Una introducción a la teoría literaria, de Terry Eagleton)

Existe una conexión sencilla y evidente entre psicoanálisis y literatura que vale la pena tocar para concluir. Con razón o sin ella, la teoría freudiana considera que la motivación fundamental de toda la conducta humana consiste en la evitación del dolor y en la obtención del placer: es una forma de lo que en filosofía se denomina hedonismo. La razón por la cual la gran mayoría de la gente lee poemas, novelas y obras de teatro es porque le producen placer. Se trata de algo tan obvio que rara vez se menciona en las universidades. Bien sabemos que es difícil seguir teniendo gusto por la literatura después de haber pasado varios años estudiándola en las universidades (en todo caso, en la mayoría de ellas). Muchos cursos universitarios de literatura parecen concebidos para evitar que se alcance ese gusto, ese placer. Quienes después de padecer esos cursos aún pueden gozar con una obra literaria deben considerarse o héroes o maniáticos. Como vimos en páginas anteriores, el hecho de que leer literatura sea por lo general una actividad placentera presenta un problema serio para quienes ven ante todo en la lectura una “disciplina” académica: era indispensable que la lectura en cierta forma inspirara temor y desanimara a fin de que las letras inglesas pudieran hacerse acreedoras al título de respetables parientes de los clásicos. Mientras tanto, fuera de los recintos universitarios la gente seguía devorando novelas románticas, históricas o espeluznantes sin tener la menor idea de las ansiedades académicas.
Es sintomático de esta curiosa situación que el término “gusto” o “placer” insinúe trivialidad: es una palabra mucho menos seria que el término “serio”. Decir que un poema nos causa intenso placer parece, como juicio crítico, menos aceptable que afirmar: nos pareció moralmente profundo. Es difícil no sentir que la comedia es más superficial que la tragedia. Entre los puritanos de Cambridge que hablan desangeladamente de “seriedad moral” y los hidalgos oxfordianos a quienes George Eliot les parece “divertido”, parece que hay poco espacio para una teoría más adecuada acerca del placer. Pues bien, el psicoanálisis proporciona, entre otras cosas, precisamente esa teoría: su bien colmado arsenal intelectual se dedica a la investigación de cuestiones fundamentales como qué produce y qué no produce placer a la gente, cómo puede disminuir su infelicidad y hacer que aumente su felicidad. Si el freudismo es una ciencia interesada en el análisis impersonal de las fuerzas psíquicas, es una ciencia comprometida con la emancipación de los seres humanos de lo que frustra su realización y su bienestar. Es una teoría al servicio de la práctica transformante, y en esa medida sí presenta un paralelo con la política radical. Reconoce que el placer y el desagrado son cuestiones complejas en extremo, diferentes de los juicios de los críticos literarios tradicionales, para quienes el hablar de placeres o repugnancias personales es solo una expresión relativa al gusto que no es posible analizar más a fondo.
Para críticos así, el decir que a usted le agradó un poema constituye el punto final de la argumentación; pero para otro tipo de crítico es ahí mismo donde principia la argumentación.
Con esto no se sugiere que el psicoanálisis por sí mismo suministre la llave de ciertos problemas relativos al valor literario y al gusto. Ciertos trozos nos agradan o desagradan no solo a causa del juego inconsciente de impulsos que provocan en nosotros, sino a causa de ciertos compromisos y predilecciones conscientes que compartimos. Existe una compleja interacción entre estas dos regiones, la cual debe demostrarse en el examen detallado de un texto literario en particular. Los problemas literarios relativos al valor y al gusto parecerían encontrarse en las proximidades del punto de unión del psicoanálisis, de la lingüística y de la ideología, pero hasta la fecha es una cuestión poco estudiada. No obstante, sabemos lo suficiente para sospechar que es mucho más fácil decir por qué a alguien le agradan ciertas disposiciones de vocablos de lo que ha creído la crítica literaria convencional.
Hay algo aún más importante: es posible que mediante una comprensión más cabal del placer o del desagrado que los lectores encuentran en la literatura se pueda arrojar una luz no fuerte pero sí significativa sobre problemas serios relativos a la felicidad y a la infelicidad. Una de las tradiciones más fecundas nacidas de los libros de Freud es una que se halla muy alejada de lo que pueda preocupar a un Lacan: se trata de un tipo de obra psicoanalítico-política enfocada a la felicidad como factor que afecta a toda una sociedad. En este aspecto se destacan las obras del psicoanalista alemán Wilhelm Reich, las de Herbert Marcuse y las de otros miembros de la llamada escuela de Francfurt de investigaciones sociales. Vivimos en una sociedad que, por una parte, presiona para que busquemos el placer inmediato y, por la otra, impone en grandes sectores de la sociedad el aplazamiento indefinido de su obtención. Las esferas de la vida económica, política y cultural se “erotizan”, se llenan de mercancías seductoras y de imágenes relucientes, mientras que las relaciones sexuales entre hombres y mujeres se vuelven enfermizas y desajustadas. En una sociedad así la agresión no se reduce a la rivalidad entre hermanos: se convierte en una destrucción nuclear cada vez más probable, en impulsos mortíferos legitimados como estrategia militar. A las satisfacciones sádicas del poder corresponden la conformidad masoquista de muchos de quienes carecen de poder. En esas condiciones el título del libro de Freud Psicopatología de la vida cotidiana adquiere un nuevo y ominoso significado. Una de las razones por las cuales necesitamos estudiar la dinámica del placer y de la repugnancia consiste en que necesitamos saber hasta qué grado es probable que una sociedad soporte la represión y el aplazamiento; necesitamos conocer la forma en que el deseo puede abandonar fines dignos de estimación y dirigirse a lo trivial y degradante; debemos estar enterados de por qué hombres y mujeres a veces están preparados para padecer opresión e indignidades, y conocer, asimismo, los límites probables de esa sumisión. La teoría psicoanalítica puede enseñarnos mucho acerca de por qué la mayoría de la gente prefiere a John Keats y no a Leigh Hunt; también puede aumentar nuestro conocimiento sobre la naturaleza de una “civilización que deja insatisfechos a tan gran número de quienes pertenecen a ella y los empuja a la rebelión, […] y que ni tiene ni merece probabilidades de vivir mucho”. (226-229).

Una introducción a la teoría literaria, de Terry Eagleton

(En inglés, 1° ed. 1983, 2° ed. 1996)
(En español, 1° ed. 1988, 2° ed. 1998, Fondo de Cultura Económica)


Comentarios

Entradas más populares de este blog

"El encuentro" - Cuento de la dinastía Tang

EL ENCUENTRO Ch’ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y bien parecido. Se habían criado juntos, y como el señor Chang Yi quería mucho al joven, dijo que lo aceptaría como yerno. Ambos oyeron la promesa y como ella era hija única y siempre estaban juntos, el amor creció día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre era el único en no advertirlo. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija. El padre, descuidando u olvidando su antigua promesa, consintió. Ch’ienniang, desgarrada por el amor y por la piedad filial, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que resolvió irse del país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y comunicó a su tío que tenía que irse a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero y regalos y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, no cesó...

"La sentencia" - Wu Ch'eng-en

LA SENTENCIA Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo. Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido. Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron: —¡Cayó del cielo! Wei Ch...

"El ángel caído" - Cristina Peri Rossi

El ángel caído El ángel se precipitó a tierra, exactamente igual que el satélite ruso que espiaba los movimientos en el mar de X flota norteamericana y perdió altura cuando debía ser impulsado a una órbita firme de 950 kilómetros. Exactamente igual, por lo demás, que el satélite norteamericano que espiaba los movimientos de la flota rusa, en el mar del Norte y luego de una falsa maniobra cayó a tierra. Pero mientras la caída de ambos ocasionó incontables catástrofes: la desertización de parte del Canadá, la extinción de varias clases de peces, la rotura de los dientes de los habitantes de la región y la contaminación de los suelos vecinos, la caída del ángel no causó ningún trastorno ecológico. Por ser ingrávido (misterio teológico acerca del cual las dudas son heréticas) no destruyó, a su paso, ni los árboles del camino, ni los hilos del alumbrado, ni provocó interferencias en los programas de televisión ni en la cadena de radio; no abrió un cráter en la faz de la tierra ni env...